Nuestro querido compañero Don Andrés Rubio esta tarde nos ha deleitado con una charla sobre lo inútil, o mejor, sobre la necesidad de reparar en lo inútil ante este imperialismo tan asfixiante de la Razón instrumental que a todos, querámoslo o no, nos reclama. Su estrategia para reivindicar lo inútil no ha sido la de tratar de buscar utilidades a las humanidades, más concretamente, a la filosofía (como aquellos que ven en el conocimiento humanístico una forma para engrandecer el espíritu humano o enaltecer la bondad humana), sino la de señalar, justamente, lo contrario: que todo es inútil, incluidas la ciencias formales y prácticas, las técnicas artesanales y la tecnología más avanzada, y, en general, todo aquello que se reviste del manto de la utilidad. Y es que, desde el punto de vista al que nos invita a mirar Nietzsche, todo es vano, superfluo, prescindible, en definitiva, nada sirve para nada. Todo cuanto hay está condenado a perecer y reiterarse sin sentido ni rumbo, de ahí que el progreso sea una invención más, lo mismo que la verdad, al servicio de la utilidad y del interés.
En definitiva, acostumbrados a que todo tenga que servir para algo, a que todo tenga que producir algún tipo de rentabilidad (la LOMCE, en este sentido, es una nueva muestra de esta ideología cientificista y mercantilista dominante), nos hemos olvidado de la única realidad admisible: que todo es inútil, incluida la pretensión wertiana de imponer a nuestros futuros ciudadanos dicha ideología.
¿Qué queda? Resistir. ¿De qué modo? Con el mejor antídoto contra el derrotismo: el amor al conocimiento.
David Porcel
David Porcel